sábado, 21 de noviembre de 2020

AMORES QUE DESTRUYEN


1 Juan 2: 15-16 dice,

"No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo". Sin embargo, Juan 3: 16 comienza con, "Porque de tal manera amó Dios al mundo. . . ." Por lo tanto, Dios ama al mundo, pero ¿nosotros no debemos? ¿Por qué la aparente contradicción? Cuando se nos dice que no debemos amar el mundo, la biblia se refiere al sistema de valores corruptos del mundo. Satanás es el dios de este mundo, y él tiene su propio sistema de valores contrario a Dios (2 Corintios 4: 4). 1 Juan 2:16 detalla exactamente lo que el sistema de Satanás promueve: los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida. Cada pecado imaginable se puede resumir en esos tres males; la envidia, el adulterio, el orgullo, la mentira, el egoísmo, y surgen muchos más de esas tres raíces. El mundo es lo que dejamos cuando venimos a Cristo. Isaías 55: 7 dice que venir a Dios implica renunciar a nuestros propios caminos y pensamientos. John Bunyan, en su libro El progreso del peregrino, describe la posición del creyente como teniendo "sus ojos mirando al cielo", con "el mejor de los libros" en sus manos, y estar de pie como "para suplicar a los hombres" (p. 34). Amar al mundo significa estar dedicado a los tesoros del mundo, sus filosofías y prioridades. Dios le dice a sus hijos que establezcan sus prioridades de acuerdo a su sistema de valor eterno. Estamos llamados a "buscad primero" el reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33). Nadie puede servir a dos señores (Mateo 6: 24), y no podemos estar dedicados a Dios y al mundo al mismo tiempo. Cuando entramos en la familia de Dios por la fe en Cristo, Dios nos da la capacidad para salir del estilo de vida corrupto del mundo (2 Corintios 5: 17). Nos convertimos en ciudadanos de otro reino (Filipenses 1: 27, 3: 20). Nuestros deseos giran hacia el cielo, y empezamos a acumular tesoros eternos (Lucas 12: 33; 1 Timoteo 6: 18-19). Nos damos cuenta de que lo que es verdaderamente importante es eterno y no temporal, y dejamos de amar el mundo. El seguir amando el mundo de la manera que los incrédulos lo hacen, paraliza nuestro crecimiento espiritual y nos hacen inútiles para el reino de Dios (Mateo 3: 8; Lucas 6: 43-45; Juan 15: 1-8). En Juan 12: 25, Jesús tomó este pensamiento un poco más allá cuando dijo: "El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará". El no amar el mundo también se aplica a nuestras propias vidas. Jesús dijo que si amamos cualquier cosa más que a él, no somos dignos de él (Mateo 10: 37-38). #ElAmor #ReflexionesCristianas

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